Ecuador 1979-2004, cinco lustros de decepciones
Hace veinte y cinco años los ecuatorianos dejábamos atrás un largo período dictatorial en el que se sucedieron civiles y militares e inaugurábamos la vida democrática, con los mejores auspicios. Primero el Dr. José M. Velasco Ibarra, luego el general Guillermo Rodríguez Lara y, por fin, un Triunvirato Militar, se encargaron de demostrar a los ecuatorianos que los gobiernos de facto no constituían, en forma alguna, la solución para los grandes males y problemas del país.
Quienes para entonces informábamos en prensa, radio y televisión, aunque suspicaces y difíciles de convencer, hicimos causa común con el resto de ecuatorianos en el gran espíritu optimista y de fe, auto convenciéndonos que todos los males de las dictaduras habían tocado su fin y entrábamos de lleno y por fin en el imperio de la democracia, ejercida por el pueblo y para el pueblo.
La desverguenza campea
Cinco lustros después estamos igual o peor que cuando comenzamos con esta andadura ¿En qué nos equivocamos? Escribiendo recientemente para el órgano de difusión de la matriz de la Unión Nacional de Periodistas (UNP), aventurábamos el criterio de que, quizás, la larga noche de la dictadura torno a los ecuatorianos en democráticamente insensibles.
La pregunta que cabe es por qué causa estamos los ecuatorianos como estamos, cual es la "razón, motivo, circunstancia" que nos ha conducido al estado en que nos encontramos. Todos los días algo se destapa, algo se descubre, una nueva vergüenza nos sonroja a todos. Nuestros hijos no cesan de preguntarnos por qué la corrupción campea y la inmoralidad parece ser la norma imperante. Los gobernantes se llenan la boca ofreciendo "el oro y el moro", pero cuando les toca gobernar lo menos que hacen es cumplir sus ofertas y hacen gala de un descaro y desvergüenza olímpicos.
Los jubilados debieron tomar medidas de fuerza y enterrar a cerca de veinte de sus miembros para que se los tome en cuenta y se atiendan sus peticiones de mejores pensiones en tanto que, a estas alturas, el escándalo de los barcos pesqueros que fueron hundidos por la potencia del norte parece que se lo ha archivado en la memoria de los ecuatorianos, como tantos y tantos otros casos.
Cientos de denuncias y nada se hace
Ahora, la desvergüenza campea y, si alguien lo duda, recuerde que el diario Hoy publicó recientemente el listado de las varias decenas de denuncias de casos de nepotismo y abuso en el manejo de la cosa pública, pero sus fundamentadas investigaciones que aparecen en la sección "Blanco y Negro" que cada semana colman la paciencia de todos los ecuatorianos, se quedan solo en el papel y, nada ocurre.
Aquella frase latina de que "corruptio optimi pessima", es decir, "la corrupción de los mejores es la peor", se aplica como anillo al dedo en nuestro país. En los últimos cinco lustros la corrupción ha hecho presa de todos nosotros y se cumple al pie de la letra la sentencia del expresidente Carlos Julio Arosemena Monroy de que donde se pone el dedo salta la pus.
Lo que ahora se impone es la ley del "alguacil alguacilado". Lo importante no es descubrir las incorrecciones, identificar a los responsables y proceder contra ellos con toda la fuerza de la ley, sino perseguir al que descubre la corrupción. Lo que se aplica en verdad es el axioma de que "cada pueblo tiene los gobernantes que se merecen" y así, con más pena que gloria, hemos visto desfilar a Jaime Roldós, Osvaldo Hurtado, León Febres Cordero, Rodrigo Borja, Sixto Durán Ballén, Abdalá Bucaram, Fabián Alarcón, Jamil Mahauad, Gustavo Noboa y, el actual, Lucio Gutiérrez.
El papel de los periodistas
Y ante todo lo que ocurre, ¿los periodistas tenemos un rol? Claro que sí, debemos dejar de ser los espectadores pasivos del abuso y la corrupción, males a los que tenemos que cuestionar en forma activa y combativa. Como estamos en contacto con el poder sabemos como lo manejan quienes lo ejercen, pero no siempre podemos sacar a luz aquello de lo que nos enteramos porque no somos propietarios de las tribunas mediáticas. Pero ahora, con las nuevas tecnologías, tenemos herramientas para hacerlo.
En la guerra de invasión en Irak algunos periodistas daban la versión oficial del conquistador en el medio en el trabajaban, pero luego, en el hotel, abrían su computadora personal y alimentaban su weblog o bitácora con la auténtica verdad de la guerra, que no siempre la divulgaban los medios tradicionales, relatando al mundo el acontecimiento, en su más cruda realidad.
El efecto multiplicador del Internet es enorme. Si los periodistas comenzamos a decir nuestras verdades a través de ese medio, de una forma u otra se descubrirán la corrupción y a los corruptos y en lugar de ser simples observadores, pasaremos a ser denunciadores porque, de lo contrario, continuaremos siendo encubridores y eso, también es un delito en que, posiblemente, hemos incurrido en los últimos 25 años. (JA)
E-mail de referencia: jaguirrech@usa.comEstamos igual que al comienzoCientos de denuncias y nada se haceLa desverguenza campeaLa desverguenza campeaEl papel de los periodistas
Quienes para entonces informábamos en prensa, radio y televisión, aunque suspicaces y difíciles de convencer, hicimos causa común con el resto de ecuatorianos en el gran espíritu optimista y de fe, auto convenciéndonos que todos los males de las dictaduras habían tocado su fin y entrábamos de lleno y por fin en el imperio de la democracia, ejercida por el pueblo y para el pueblo.
La desverguenza campea
Cinco lustros después estamos igual o peor que cuando comenzamos con esta andadura ¿En qué nos equivocamos? Escribiendo recientemente para el órgano de difusión de la matriz de la Unión Nacional de Periodistas (UNP), aventurábamos el criterio de que, quizás, la larga noche de la dictadura torno a los ecuatorianos en democráticamente insensibles.
La pregunta que cabe es por qué causa estamos los ecuatorianos como estamos, cual es la "razón, motivo, circunstancia" que nos ha conducido al estado en que nos encontramos. Todos los días algo se destapa, algo se descubre, una nueva vergüenza nos sonroja a todos. Nuestros hijos no cesan de preguntarnos por qué la corrupción campea y la inmoralidad parece ser la norma imperante. Los gobernantes se llenan la boca ofreciendo "el oro y el moro", pero cuando les toca gobernar lo menos que hacen es cumplir sus ofertas y hacen gala de un descaro y desvergüenza olímpicos.
Los jubilados debieron tomar medidas de fuerza y enterrar a cerca de veinte de sus miembros para que se los tome en cuenta y se atiendan sus peticiones de mejores pensiones en tanto que, a estas alturas, el escándalo de los barcos pesqueros que fueron hundidos por la potencia del norte parece que se lo ha archivado en la memoria de los ecuatorianos, como tantos y tantos otros casos.
Cientos de denuncias y nada se hace
Ahora, la desvergüenza campea y, si alguien lo duda, recuerde que el diario Hoy publicó recientemente el listado de las varias decenas de denuncias de casos de nepotismo y abuso en el manejo de la cosa pública, pero sus fundamentadas investigaciones que aparecen en la sección "Blanco y Negro" que cada semana colman la paciencia de todos los ecuatorianos, se quedan solo en el papel y, nada ocurre.
Aquella frase latina de que "corruptio optimi pessima", es decir, "la corrupción de los mejores es la peor", se aplica como anillo al dedo en nuestro país. En los últimos cinco lustros la corrupción ha hecho presa de todos nosotros y se cumple al pie de la letra la sentencia del expresidente Carlos Julio Arosemena Monroy de que donde se pone el dedo salta la pus.
Lo que ahora se impone es la ley del "alguacil alguacilado". Lo importante no es descubrir las incorrecciones, identificar a los responsables y proceder contra ellos con toda la fuerza de la ley, sino perseguir al que descubre la corrupción. Lo que se aplica en verdad es el axioma de que "cada pueblo tiene los gobernantes que se merecen" y así, con más pena que gloria, hemos visto desfilar a Jaime Roldós, Osvaldo Hurtado, León Febres Cordero, Rodrigo Borja, Sixto Durán Ballén, Abdalá Bucaram, Fabián Alarcón, Jamil Mahauad, Gustavo Noboa y, el actual, Lucio Gutiérrez.
El papel de los periodistas
Y ante todo lo que ocurre, ¿los periodistas tenemos un rol? Claro que sí, debemos dejar de ser los espectadores pasivos del abuso y la corrupción, males a los que tenemos que cuestionar en forma activa y combativa. Como estamos en contacto con el poder sabemos como lo manejan quienes lo ejercen, pero no siempre podemos sacar a luz aquello de lo que nos enteramos porque no somos propietarios de las tribunas mediáticas. Pero ahora, con las nuevas tecnologías, tenemos herramientas para hacerlo.
En la guerra de invasión en Irak algunos periodistas daban la versión oficial del conquistador en el medio en el trabajaban, pero luego, en el hotel, abrían su computadora personal y alimentaban su weblog o bitácora con la auténtica verdad de la guerra, que no siempre la divulgaban los medios tradicionales, relatando al mundo el acontecimiento, en su más cruda realidad.
El efecto multiplicador del Internet es enorme. Si los periodistas comenzamos a decir nuestras verdades a través de ese medio, de una forma u otra se descubrirán la corrupción y a los corruptos y en lugar de ser simples observadores, pasaremos a ser denunciadores porque, de lo contrario, continuaremos siendo encubridores y eso, también es un delito en que, posiblemente, hemos incurrido en los últimos 25 años. (JA)
E-mail de referencia: jaguirrech@usa.comEstamos igual que al comienzoCientos de denuncias y nada se haceLa desverguenza campeaLa desverguenza campeaEl papel de los periodistas
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